El día de ayer leía en el blog: Que pasa en la red, el testimonio que daba Luis Rodas de un hermano que ya está en la presencia del Señor, quien murió debido a una enfermedad.,es un testimonio que nos alienta a confiar en nuestro Señor, aun en la hora de la muerte. Es por eso que publico este sermón predicado por J.C. Ryle, quien nos enseña bíblicamente al respecto de este tema. Es seguro que ya algunos lo hayan leído, ya que está publicado en la página: spurgeon.com.mx; es un sermón que nos hace reflexionar respecto a nuestra postura en este tema. Que Dios nos ayude a poder confiar en su Soberanía, la cual no combate con su amor, misericorida y bondad. El sermón lo publicaré en los tres puntos principales en que el Hno. Ryle lo predicó. Dios les bendiga.
Un sermón predicado por J. C. Ryle,
"Señor, he aquí el que amas está enfermo." Juan 11: 3
Estas palabras son singularmente conmovedoras e instructivas. Registran el mensaje que Marta y María enviaron a Jesús cuando su hermano Lázaro estaba enfermo: "Señor, he aquí el que amas está enfermo." Ese mensaje era corto y simple. Sin embargo, casi cada palabra es profundamente sugestiva.
Observen la fe de estas mujeres, semejante a la fe de un niño. Ellas se volvieron al Señor Jesús en la hora de su necesidad, como el aterrado infante se vuelve a su madre, o la aguja de la brújula se voltea hacia el Polo. Ellas se volvieron a Él como su Pastor, su Amigo todopoderoso, su Hermano disponible en la adversidad. Diferentes como eran en temperamento natural, las dos hermanas estaban totalmente de acuerdo en este asunto. En lo primero que pensaron en el día de la adversidad fue en la ayuda de Cristo. Cristo era el refugio al que acudieron en la hora de necesidad.
Observen la sencilla humildad de su lenguaje acerca de Lázaro. Ellas lo llaman, "el que amas." No dicen, "el que Te ama, el que cree en Ti, el que Te sirve," sino "el que amas." Marta y María habían sido enseñadas profundamente por Dios. Ellas habían aprendido que el amor de Cristo por nosotros, y no nuestro amor por Cristo, es la base verdadera de la expectativa, y el verdadero cimiento de la esperanza. Mirar en nuestro interior nuestro amor por Cristo es dolorosamente insatisfactorio: mirar hacia fuera al amor de Cristo por nosotros, es paz.
Observen por último la conmovedora circunstancia que el mensaje de Marta y María nos revela: "el que amas está enfermo." Lázaro era un buen hombre, convertido, creyente, regenerado, santificado, un amigo de Cristo, y un heredero de la gloria. ¡Y sin embargo Lázaro estaba enfermo! Entonces la enfermedad no es una señal que Dios está disgustado. La enfermedad tiene por intención ser una bendición para nosotros y no una maldición. "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados." "Sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo porvenir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios." (Romanos 8: 28; 1 Corintios 3: 22, 23.) Dichosos aquellos que pueden decir cuando están enfermos: "Esto es obra de mi Padre. Debe ser algo bueno."
Yo pido la atención de mis lectores al tema de la enfermedad. Es un tema que con frecuencia debemos mirar de frente. No podemos evitarlo. No se necesita el ojo de un profeta para ver que la enfermedad nos visitará algún día. "En medio de la vida estamos en la muerte." Durante algunos instantes vamos a considerar la enfermedad desde nuestra perspectiva de cristianos. Esta consideración tendrá un desarrollo paulatino, y pedimos por la bendición de Dios, para que nos enseñe sabiduría.
Al considerar el tema de la enfermedad, me parece que hay tres puntos que demandan nuestra atención. Diré unas pocas palabras acerca de cada uno de ellos.
I. LA PREPONDERANCIA UNIVERSAL DE LA ENFERMEDAD
No necesito detenerme demasiado en este punto. Elaborar la prueba de esto equivaldría únicamente a abundar en un hecho que salta a la vista. La enfermedad está en todas partes. En Europa, en Asia, en África, en América; en los países calientes y en los países fríos, en las naciones civilizadas y en las tribus salvajes; hombres, mujeres y niños se enferman y mueren.
La enfermedad está en todas las clases. La gracia no coloca al creyente fuera de su alcance. Las riquezas no pueden comprar la exención de la enfermedad. El rango no puede prevenir sus asaltos. Los reyes y sus súbditos, los señores y sus siervos, los ricos y los pobres, los educados y los incultos, los maestros y los estudiosos, los doctores y los pacientes, los ministros y quienes los escuchan, todos por igual se inclinan ante este gran enemigo. La casa de habitación de un inglés es llamada su castillo; pero no tiene ni puertas ni barras que puedan protegerlo de la enfermedad y la muerte.
La enfermedad puede ser de cualquier tipo y descripción. Desde la coronilla hasta la planta del pie estamos expuestos a la enfermedad. Nuestra capacidad de sufrir es algo espantoso de contemplar. ¿Quién puede contar las dolencias que asaltarán a nuestra estructura corporal? No es sorprendente, me parece a mí, que los hombres mueran tan pronto, pero sí es sorprendente que vivan tanto tiempo.
La enfermedad es a menudo una de las pruebas más humillantes y penosas que pueden venir a un hombre. Puede convertir al más fuerte en un pequeño niño, y hacerlo sentir que "la langosta será una carga." (Eclesiastés 12: 5) Puede acobardar al más valiente, y hacerlo temblar con la caída de un alfiler. La conexión entre cuerpo y mente es curiosamente cercana. La influencia que algunas enfermedades pueden ejercer sobre el carácter y el ánimo, es inmensamente grande. Hay dolencias del cerebro, y del hígado, y de los nervios, que pueden reducir a alguien con una mente como la de Salomón, a un estado apenas mejor que el de un bebé. Quien quiera saber a qué profundidades de humillación puede caer un pobre hombre, sólo tiene que estar presente durante un corto tiempo junto al lecho de un enfermo.
La enfermedad no puede prevenirse mediante algo que el hombre pueda hacer. La duración promedio de vida puede sin duda alargarse un poco. La habilidad de los doctores puede descubrir continuamente nuevos remedios, y lograr curaciones sorprendentes. La aplicación de sabias regulaciones sanitarias puede reducir grandemente la tasa de mortalidad en una comunidad. Pero, después de todo, ya sea en comunidades saludables o en lugares insanos, ya sea en climas cálidos o fríos, ya sea con tratamientos homeopáticos o alopáticos, los hombres se enferman y mueren. "Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos." (Salmo 90: 10) Ese testimonio es ciertamente verdadero. Lo era cuando fue escrito hace 3,300 años, y todavía lo es al día de hoy.
Ahora, ¿cómo debemos interpretar este gran hecho: la preponderancia universal de la enfermedad? ¿Cómo podemos explicarlo? ¿Qué explicación podemos dar al respecto? ¿Qué respuesta le daremos a nuestros hijos cuando nos pregunten: "papá, por qué se enferma la gente y muere?" Estas preguntas son muy serias. No estarán fuera de lugar unas cuantas palabras acerca de ellas.
¿Podemos suponer por un instante que Dios creó la enfermedad y la dolencia al principio? ¿Podemos imaginar que Aquél que formó nuestro mundo con tan perfecto orden fue a su vez el Formador del sufrimiento innecesario y del dolor? ¿Podemos pensar que Quien hizo todas las cosas y todo "era bueno en gran manera," hizo que la raza de Adán se enfermara innecesariamente y muriera? Para mí, la idea es repugnante. Introduce una gran imperfección en medio de las obras perfectas de Dios. Debo encontrar otra solución para poder satisfacer mi mente.
La única explicación que me satisface es la que proporciona la Biblia. Algo ha venido al mundo que ha destronado al hombre de su posición original, y lo ha despojado de sus privilegios originales. Algo se ha metido que, como un puñado de arena introducido en una maquinaria, ha dañado el orden perfecto de la creación de Dios. Y ¿qué es ese algo? Yo respondo, en una palabra, que es el pecado. "El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte." (Romanos 5: 12) El pecado es la causa original de toda dolencia y enfermedad, y del dolor y sufrimiento que predominan en la tierra. Todos ellos son parte de la maldición que cayó sobre el mundo cuando Adán y Eva comieron el fruto prohibido y cayeron. No habría habido enfermedad, si no hubiera habido caída. No habría habido enfermedad, si no hubiera habido pecado.
Hago una pausa por un instante en este punto, y sin embargo, al hacerla, no me estoy apartando de mi tema. Hago la pausa para recordar a mis lectores que no hay un terreno más insostenible que ese que es ocupado por el ateo, el deísta, o el incrédulo en la Biblia. Yo aconsejo a cada lector joven que esté desconcertado por los argumentos audaces y engañosos del infiel, que estudie bien ese tema tan importante: las dificultades de la infidelidad. Digo sin reparos que ser un infiel requiere mucha más credulidad, que ser un cristiano. Digo sin reparos que hay grandes hechos patentes y claros en la condición de la humanidad, que únicamente la Biblia puede explicar, y que uno de los hechos más sorprendentes es el predominio universal del dolor, la enfermedad, y las dolencias. En resumidas cuentas, una de las peores dificultades en el camino de los ateos y los deístas, es el cuerpo del hombre.
Sin duda ustedes han oído hablar de los ateos. Un ateo es alguien que profesa creer que no hay Dios, que no hay Creador, que no hay Primera Causa, y que todas las cosas aparecieron en este mundo por pura casualidad. Ahora, ¿vamos a prestar atención a una doctrina como ésta? Vayan, lleven a un ateo a alguna de las excelentes escuelas de cirugía de nuestro país, y pídanle que estudie la estructura maravillosa del cuerpo humano. Muéstrenle la habilidad sin par con la que ha sido formada cada articulación, y cada vena, y cada válvula, y cada músculo y tendón y nervio, y cada hueso y cada miembro. Háganle ver la perfecta adaptación de cada parte del cuerpo humano para el propósito para el que fue hecho. Muéstrenle los miles de delicados mecanismos que sirven para contrarrestar el uso y el desgaste y para suplir el diario debilitamiento del vigor. Y luego, pregúntenle a este hombre que niega la existencia de un Dios y de una grandiosa Primera Causa, si todo este maravilloso mecanismo es el resultado de la casualidad. Pregúntenle si todo esto apareció inicialmente por pura suerte y accidente. Pregúntenle si piensa lo mismo en relación al reloj que está mirando, al pan que come, o al abrigo que usa. ¡Oh, no! El plan es una dificultad insuperable en el camino del ateo. Hay un Dios.
Sin duda han oído hablar de los deístas. Un deísta es alguien que profesa creer que hay un Dios que hizo el mundo y todas las cosas contenidas en él. Pero él no cree en la Biblia. "¡Un Dios, pero no la Biblia! ¡Un Creador, pero no el cristianismo!" Este es el credo del deísta. Ahora, ¿vamos a prestar atención a esta doctrina? Vayan de nuevo, les pido, y lleven al deísta a un hospital, y muéstrenle algo de la terrible obra de la enfermedad. Llévenlo junto al lecho donde yace un tierno niño, que escasamente sabe distinguir entre el bien y el mal, sufriendo de cáncer incurable. Envíenlo a la sala donde se encuentra una amorosa madre de una vasta familia, en las últimas etapas de una atroz enfermedad. Muéstrenle algunos de los inaguantables dolores y agonías que sufre la carne, y pídanle que se los explique. Pregunten a este hombre, que cree que hay un Dios grandioso y sabio que hizo el mundo, pero que no cree en la Biblia; pregúntenle qué explicación puede dar acerca de estas muestras de desorden e imperfección en la creación de su Dios. Pidan a este hombre (que desdeña la teología cristiana y es demasiado sabio para creer en la Caída de Adán), pídanle que con su teoría explique el predominio universal del dolor y de la enfermedad en el mundo. ¡La petición de ustedes será en vano! No recibirán una respuesta satisfactoria. La enfermedad y el sufrimiento son dificultades insuperables en el camino del deísta. El hombre ha pecado, y por tanto el hombre sufre. Adán cayó de su primer estado, y por tanto los hijos de Adán se enferman y mueren.
El predominio universal de la enfermedad es una de las evidencias indirectas que la Biblia es verdadera. La Biblia lo explica. La Biblia responde a las preguntas acerca de ese predominio, que puedan surgir en cualquier mente inquisitiva. Ningún otro sistema religioso puede hacer esto. Todos fracasan aquí. Están callados. Están confundidos. Únicamente la Biblia se enfrenta al tema. Valerosamente proclama el hecho que el hombre es una criatura caída, y con igual valor proclama un vasto sistema de rehabilitación para suplir sus necesidades. Me siento conducido a la conclusión que la Biblia es de Dios. El cristianismo es una revelación del cielo. "Tu palabra es verdad." (Juan 17: 17).
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