viernes, 29 de enero de 2010

La Enfermedad_2da. Parte

II. BENEFICIOS GENERALES QUE LA ENFERMEDAD CONFIERE

Yo uso la palabra "beneficios" deliberadamente. Siento que es de profunda importancia ver con claridad esta parte de nuestro tema. Yo sé muy bien que la enfermedad es uno de los supuestos puntos débiles del gobierno de Dios en el mundo, acerca del cual les encanta reflexionar a las mentes escépticas. "¿Puede ser Dios un Dios de amor, cuando Él permite los dolores? ¿Puede ser Dios un Dios de misericordia, cuando Él permite la enfermedad? Él podría prevenir el dolor y la enfermedad, pero no lo hace. ¿Cómo pueden existir tales cosas?" Tal es el razonamiento que a menudo aparece en el corazón del hombre.

Yo les pregunto a todos aquellos que encuentran difícil reconciliar la preponderancia de la enfermedad y del dolor con el amor de Dios, que observen hasta qué punto los hombres se someten constantemente a una pérdida presente para obtener ganancias futuras; al dolor presente por causa de un gozo futuro; al sufrimiento presente por causa de una salud futura. La semilla es lanzada al suelo y se pudre: pero nosotros sembramos con la esperanza de una cosecha futura. El padre de una familia es sometido a una terrible operación quirúrgica: pero él la soporta con la esperanza de una salud futura. ¡Yo les pido a las personas que apliquen este gran principio al gobierno de Dios en el mundo! Yo les pido que crean que Dios permite el dolor, la enfermedad, y las dolencias, no porque quiera vejar al hombre, sino porque Él desea beneficiar al corazón, y a la mente, y a la conciencia, y al alma del hombre por toda la eternidad.

Repito una vez más que yo hablo de los "beneficios" de la enfermedad con todo propósito y deliberación. Yo conozco el sufrimiento y el dolor que la enfermedad conlleva. Yo admito la miseria y desdicha que trae consigo cuando nos visita. Pero no puedo considerarla un mal puro, sin mezcla. Yo veo en ella un sabio permiso de Dios. Veo en ella una provisión útil para frenar los estragos del pecado y del diablo en las almas de los hombres. Si el hombre no hubiera pecado nunca, yo tendría muchos problemas para discernir el beneficio de la enfermedad. Pero puesto que el pecado ronda en el mundo, puedo ver que la enfermedad es buena. Es una bendición de la misma manera que es una maldición. Es un ayo rudo, lo concedo. Pero es un real amigo para el alma del hombre.

(a) La enfermedad ayuda a recordarles la muerte a los hombres. La mayoría vive como si nunca se fuera a morir. Hacen sus negocios, o buscan el placer, o se dedican a la política o a la ciencia, como si la tierra fuera su eterno hogar. Planean y diseñan sus esquemas para el futuro, como el rico insensato de la parábola, como si tuvieran un largo contrato de vida, y fueran huéspedes aquí a voluntad. Una grave enfermedad es de gran ayuda para disipar estos engaños. Hace despertar a los hombres de sus ensueños, y les recuerda que tienen que morir, así como tienen que vivir. Esto, yo lo afirmo enfáticamente, es un poderoso bien.

(b) La enfermedad ayuda para hacer que los hombres piensen seriamente en Dios, y en sus almas y en el mundo venidero. La mayoría de la gente, cuando goza de salud, no tiene tiempo para tales pensamientos. Les disgustan. Los echan fuera. Los consideran molestos y desagradables. Pero una severa enfermedad tiene a veces un maravilloso poder de convocar y reunir estos pensamientos, y de ponerlos a la vista del alma del hombre. Aun el perverso rey Ben-adad, cuando enfermó, pudo pensar en Elías. (2 Reyes 8: 7) Aun los marineros paganos, cuando la muerte estaba a la vista, tuvieron miedo y "cada uno clamaba a su dios." (Jonás 1: 5.) Ciertamente todo lo que sirva de ayuda para hacer que los hombres piensen es bueno.

(c) La enfermedad ayuda a suavizar los corazones de los hombres, y les enseña sabiduría. El corazón natural es tan duro como una piedra. No puede ver ningún bien en nada que no sea de este mundo, y ninguna felicidad excepto en este mundo. Una larga enfermedad algunas veces es de mucha ayuda para corregir estas ideas. Expone el vacío y la falsía de lo que el mundo llama cosas "buenas," y nos enseña a sostenerlas sin una mano firme. El hombre de negocios descubre que el dinero en sí no es todo lo que el corazón requiere. La mujer mundana encuentra que los vestidos costosos, y la literatura, y las crónicas de las fiestas y de las óperas, son miserables consoladores en la habitación de un enfermo. Ciertamente, todo lo que nos obligue a alterar nuestros pesos y medidas de las cosas terrenales es un bien real.

(d) La enfermedad nos ayuda a inclinarnos y a humillarnos. Todos nosotros somos por naturaleza orgullosos y altivos. Pocos, incluyendo los más pobres, están libres de esta infección. Habrá muy pocos que no vean con desprecio a otros, y que no se adulen a sí mismos en secreto porque no son "como los otros hombres." Una cama de enfermo es una domadora poderosa de pensamientos como éstos. Fuerza en nosotros la clara verdad que todos nosotros somos pobres gusanos, que "habitamos en casas de barro," y que somos "quebrantados por la polilla" (Job 4:19), y que reyes y súbditos, señores y siervos, ricos y pobres, todos son criaturas que mueren, y que pronto estarán lado a lado en el tribunal de Dios. No es fácil ser orgulloso ante el féretro y la tumba. Ciertamente, todo lo que nos enseñe esa lección es bueno.

(e) Finalmente, la enfermedad ayuda a probar la religión de los hombres, de qué tipo es. No hay muchas personas en la tierra que no tengan ninguna religión. Sin embargo, pocas personas tienen una religión que puede pasar una inspección. La mayoría está contenta con tradiciones recibidas de sus padres, y no puede proporcionar ninguna razón para la esperanza que poseen. Ahora, la enfermedad es a veces más útil para el hombre al exponer la total falta de valor del cimiento de su alma. A menudo le muestra que no tiene nada sólido bajo sus pies, y nada firme bajo su mano. Lo hace descubrir que, aunque pudo haber tenido una forma de religión, ha estado toda su vida adorando "un dios no conocido." Muchos credos lucen bien sobre las aguas tranquilas de la salud, pero se vuelven totalmente falsos e inútiles sobre las aguas agitadas del lecho de enfermo. Las tormentas invernales sacan a luz a menudo los defectos de una casa, y la enfermedad expone a menudo la falta de gracia del alma de un hombre. Ciertamente, todo lo que nos haga descubrir el carácter real de nuestra fe, es bueno.

Yo no afirmo que la enfermedad confiera estos beneficios a todos aquellos a quienes visita. ¡Ay, no puedo decir nada parecido a eso! Miríadas de personas son tumbadas anualmente por la enfermedad, y su salud es luego restaurada, quienes evidentemente no aprenden ninguna lección en su lecho de enfermos, y regresan nuevamente al mundo. Miríadas pasan anualmente a la tumba a través de una enfermedad, y sin embargo no reciben de ella una impresión más espiritual que las bestias que perecen. Mientras viven, y cuando mueren, no tiene ningún sentimiento. Decir esto es terrible. Pero es cierto. El grado de dureza que pueden alcanzar el corazón y la conciencia del hombre, es una profundidad que no puedo pretender medir.

Pero ¿acaso la enfermedad confiere los beneficios de los que he estado hablando sólo a unos cuantos? No voy a aceptar eso. Yo creo que en abundantes casos la enfermedad produce impresiones más o menos afines a ésas como las que acabo de mencionar. Yo creo que en muchas mentes, la enfermedad es el "día de visitación" de Dios, y que los sentimientos son continuamente sacudidos sobre el lecho de la enfermedad, los que, si son abonados, podrían, por la gracia de Dios, resultar en la salvación. Yo creo que en tierras paganas la enfermedad a menudo pavimenta el camino para el misionero, y hace que el pobre idólatra preste un oído atento a las buenas nuevas del Evangelio. Yo creo que en nuestro propio país, la enfermedad es una de las grandes ayudas para el ministro del Evangelio, y que los sermones y los consejos a menudo son efectivos en el día de la enfermedad, pero han sido desatendidos cuando se goza de salud. Yo creo que la enfermedad es uno de los instrumentos subordinados más importantes en la salvación de los hombres, y que aunque los sentimientos que provoca son muchas veces temporales, a menudo es un medio por el cual el Espíritu obra eficazmente en el corazón. Resumiendo, creo firmemente que la enfermedad corporal de los hombres ha conducido a menudo, en la maravillosa providencia de Dios, a la salvación de las almas de los hombres.

Lamentaría dejar el tema de la enfermedad sin una observación. Si la enfermedad puede hacer las cosas de las que he estado hablando (y, ¿quién puede negarlo?), si la enfermedad en un mundo perverso puede ayudar a hacer que los hombres piensen en Dios y en sus almas, entonces confiere beneficios a la humanidad.

No tenemos ningún derecho de murmurar de la enfermedad, ni quejarnos de su presencia en el mundo. Más bien debemos dar gracias a Dios por ella. Es un testigo de Dios. Es consejera del alma. Ciertamente tengo el derecho de decirles que la enfermedad es una bendición y no una maldición, una ayuda y no una lesión, una ganancia y no una pérdida, un amigo y no un enemigo para la humanidad. Mientras tengamos un mundo en el que hay pecado, es una misericordia que sea un mundo en el que hay enfermedad.

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