sábado, 21 de agosto de 2010

“Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría.” Salmo 30: 5

Un momento bajo la ira de nuestro Padre nos parece un largo tiempo, aunque no sea sino un momento, después de todo. Si agraviamos Su Espíritu no podemos buscar Su sonrisa; pero Él es un Dios presto a perdonar, y hace a un lado pronto todo el recuerdo de nuestras faltas. Cuando languidecemos y estamos a punto de desfallecer debido a Su enojo, Su favor implanta nueva vida en nosotros.

Este versículo tiene otra nota musical del tipo de las semicorcheas. Nuestra noche de lloro se convierte en un día de gozo. La brevedad es la señal de la misericordia en la hora de la disciplina de los creyentes. El Señor no ama el uso de la vara en Sus elegidos; da un golpe, o dos, y todo termina; sí, y la vida y el gozo que siguen a la ira y al llanto, compensan con creces la sana tristeza.

¡Vamos, corazón mío, empieza tus aleluyas! No llores toda la noche, sino seca tus lágrimas en anticipación de la mañana. Estas lágrimas son el rocío que significa para nosotros tanto bien, como los rayos del sol son saludables a la mañana. Las lágrimas aclaran los ojos para la visión de Dios en Su gracia; y vuelven el espectáculo de Su favor más precioso. Una noche de aflicción aporta esas sombras del cuadro que hacen resaltar las luces con mayor claridad. Todo está bien.


C.H. Spurgeon
La Chequera del Banco de la Fe

 

 

jueves, 5 de agosto de 2010

“La ley de su Dios está en su corazón; por tanto, sus pies no resbalarán.” Salmo 37:31.

Pónganle la ley en su corazón, y el hombre entero será recto. Allí es donde debe estar la ley; pues entonces descansa, como las tablas de piedra en el arca, en el lugar señalado para ella. En la cabeza confunde, en la espalda abruma, en el corazón sostiene.

¡Qué palabra tan preciosa es usada aquí, “La ley de su Dios”! Cuando conocemos al Señor como nuestro propio Dios, Su ley se convierte en libertad para nosotros. Dios con nosotros en un pacto, nos vuelve ávidos de obedecer Su voluntad y de caminar en Sus mandamientos. Entonces me deleito en la ley.

Aquí se nos garantiza que el hombre de corazón obediente será sostenido en cada paso que dé. Hará lo que es recto, y, por tanto, hará lo que es sabio. La acción santa es siempre la más prudente, aunque en el momento no lo parezca. Cuando nos mantenemos en el camino de Su ley, avanzamos a lo largo de la calzada de la providencia y de la gracia de Dios. La Palabra de Dios no ha descarriado a una sola alma todavía; sus claras instrucciones de caminar humildemente, justamente, amorosamente y en el temor del Señor, son tanto palabras de sabiduría para prosperar nuestro camino, como reglas de santidad para mantener limpios nuestros vestidos. El que camina rectamente camina seguramente.

La chequera del banco de la fe

C.H. Spurgeon