El libro de Nehemías nos narra la historia de un hombre con un profundo amor por su pueblo y su ciudad, Jerusalén. Sin embargo, su historia es, en esencia, la historia del pueblo de Dios y de la soberana providencia de un Dios que cumple sus promesas. Nehemías no es el héroe de esta narración; más bien, es el instrumento que Dios usa para llevar a cabo su plan de redención.
Nehemías se entera de la desolación de Jerusalén y las malas noticias lo llevan a la oración. Su oración en el capítulo 1 no es un intento de persuadir a un Dios renuente, sino un reconocimiento de la fidelidad de un Dios que ya había prometido restaurar a su pueblo. Nehemías no actúa por iniciativa propia, sino en respuesta al llamado divino. Él entiende que el plan de Dios no depende de sus capacidades, sino de la gracia y el poder de aquel que ha hecho el pacto.
Nehemías se entera de la desolación de Jerusalén y las malas noticias lo llevan a la oración. Su oración en el capítulo 1 no es un intento de persuadir a un Dios renuente, sino un reconocimiento de la fidelidad de un Dios que ya había prometido restaurar a su pueblo. Nehemías no actúa por iniciativa propia, sino en respuesta al llamado divino. Él entiende que el plan de Dios no depende de sus capacidades, sino de la gracia y el poder de aquel que ha hecho el pacto.
I. Un pueblo en ruinas y la necesidad del arrepentimiento
El estado de los muros de Jerusalén es un símbolo poderoso de la condición espiritual del pueblo de Israel. Los muros rotos representan la fragilidad, la vulnerabilidad y la falta de identidad que sufren cuando se han alejado del pacto con Dios.
Nehemías no solo ve los ladrillos y las puertas caídas, sino que ve la consecuencia del pecado del pueblo. Al arrepentirse, él se identifica con el pecado de Israel y clama por el perdón. Esta oración de arrepentimiento colectivo es un eco de lo que, más tarde, la Reforma enfatizaría: que la salvación es solo por gracia, a través de la fe, y no por obras. La restauración de los muros es una manifestación externa de un trabajo interno de arrepentimiento y renovación del pacto. La restauración del templo es la prioridad de Dios, y el muro es una medida necesaria para que la adoración y la vida en la comunidad de pacto puedan florecer.
II. La Obra de Nehemías
Nehemías, un copero del rey, es movido por el Espíritu Santo a actuar. Su audacia para pedir permiso al rey Artajerjes no es un acto de valentía humana, sino el resultado de la gracia de Dios, que lo capacita y prepara el corazón del rey. Dios, por su gracia soberana, elige y capacita a aquellos que han de ser salvos o usados en su obra.
A lo largo del libro, Nehemías enfrenta oposición, desánimo y traición, pero su respuesta es siempre la misma: la oración y la confianza en Dios. La reconstrucción de los muros no se logra por la fuerza o el poder humano, sino por la mano de Dios que está sobre ellos. Esta es una manifestación clara de que la obra de Dios es, en última instancia, una obra de gracia, no de mérito humano.
III. La redención de un pueblo
El estado de los muros de Jerusalén es un símbolo poderoso de la condición espiritual del pueblo de Israel. Los muros rotos representan la fragilidad, la vulnerabilidad y la falta de identidad que sufren cuando se han alejado del pacto con Dios.
Nehemías no solo ve los ladrillos y las puertas caídas, sino que ve la consecuencia del pecado del pueblo. Al arrepentirse, él se identifica con el pecado de Israel y clama por el perdón. Esta oración de arrepentimiento colectivo es un eco de lo que, más tarde, la Reforma enfatizaría: que la salvación es solo por gracia, a través de la fe, y no por obras. La restauración de los muros es una manifestación externa de un trabajo interno de arrepentimiento y renovación del pacto. La restauración del templo es la prioridad de Dios, y el muro es una medida necesaria para que la adoración y la vida en la comunidad de pacto puedan florecer.
II. La Obra de Nehemías
Nehemías, un copero del rey, es movido por el Espíritu Santo a actuar. Su audacia para pedir permiso al rey Artajerjes no es un acto de valentía humana, sino el resultado de la gracia de Dios, que lo capacita y prepara el corazón del rey. Dios, por su gracia soberana, elige y capacita a aquellos que han de ser salvos o usados en su obra.
A lo largo del libro, Nehemías enfrenta oposición, desánimo y traición, pero su respuesta es siempre la misma: la oración y la confianza en Dios. La reconstrucción de los muros no se logra por la fuerza o el poder humano, sino por la mano de Dios que está sobre ellos. Esta es una manifestación clara de que la obra de Dios es, en última instancia, una obra de gracia, no de mérito humano.
III. La redención de un pueblo
Una vez que los muros están reconstruidos y el pueblo está protegido, Nehemías no se detiene en la seguridad física. La verdadera restauración no se basa en ladrillos, sino en la restauración espiritual. La lectura de la Ley por parte de Esdras en el capítulo 8 es el punto culminante del libro. El pueblo escucha la Palabra de Dios, se arrepiente y renueva su pacto.
Este evento es la verdadera "reforma" en el libro. El pueblo entiende que la obediencia a la Palabra es lo que define su identidad como pueblo de Dios. La adoración y la vida en comunidad se fundamentan en la verdad de la Escritura. Esta centralidad de la Palabra de Dios es un principio fundamental para los cristianos: La Escritura es la única regla de fe y práctica, y la obediencia a ella es el camino de la verdadera restauración y santificación.
Este evento es la verdadera "reforma" en el libro. El pueblo entiende que la obediencia a la Palabra es lo que define su identidad como pueblo de Dios. La adoración y la vida en comunidad se fundamentan en la verdad de la Escritura. Esta centralidad de la Palabra de Dios es un principio fundamental para los cristianos: La Escritura es la única regla de fe y práctica, y la obediencia a ella es el camino de la verdadera restauración y santificación.
Aplicación
El libro de Nehemías nos enseña que el plan de Dios es infalible y que Él usa a su pueblo, con sus debilidades y fracasos, como instrumentos para llevar a cabo su propósito redentor. Nos muestra que la verdadera restauración no es física, sino espiritual, y que esta se basa en el arrepentimiento, la gracia de Dios y la centralidad de su Palabra.
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