martes, 14 de diciembre de 2010

“En quietud y en confianza será vuestra fortaleza.” Isaías 30: 15.

Estar inquietándose y preocupándose, cuestionando y desconfiando es siempre una debilidad. ¿Qué podríamos hacer si nos consumiéramos hasta quedar en los huesos y en la piel? ¿Acaso podríamos ganar algo por tener miedo o por irritarnos? ¿Acaso no nos estaríamos volviendo incapaces para la acción, y trastornaríamos nuestras mentes para cualquier sabia decisión? Nos estamos hundiendo con nuestros esfuerzos cuando podríamos flotar por la fe. ¡Oh, que tuviéramos gracia para quedarnos quietos! ¿Para qué correr de casa en casa repitiendo la gastada historia y enfermándonos más y más del corazón conforme la decimos? ¿Por qué quedarnos en casa clamando en agonía por causa de desventurados presentimientos que podrían no cumplirse jamás?

Sería bueno mantener quieta la lengua, pero sería muchísimo mejor si tuviéramos quieto el corazón. ¡Oh, quedarnos quietos y saber que Jehová es Dios! ¡Oh, que tuviéramos gracia para confiar en Dios! El Santo de Israel ha de defender y liberar a los Suyos. Él no puede volverse de Sus solemnes declaraciones. Podemos estar seguros de que cada palabra de Su voluntad permanecerá aunque las montañas fueran trasladadas. Él es digno de toda confianza; y si mostráramos confianza y la consecuente tranquilidad, seríamos tan felices como los espíritus que están delante del trono. Vamos, alma mía, regresa a tu reposo, y apoya tu cabeza sobre el pecho del Señor Jesús.

La chequera del banco de la fe.

C.H. Spurgeon

miércoles, 20 de octubre de 2010

“Él salvará a su pueblo de sus pecados.” Mateo 1: 21

Señor, sálvame de mis pecados. Por tu nombre de Jesús me siento animado a orar de esta manera. Sálvame de mis pecados pasados, para que el hábito de ellos no me mantenga cautivo. Sálvame de mis pecados constitucionales, para que no sea el esclavo de mis propias debilidades. Sálvame de los pecados que continuamente están ante mis ojos para que no pierda mi horror por ellos. Sálvame de mis pecados secretos; pecados que no percibo debido a mi falta de luz. Sálvame de los pecados súbitos y sorprendentes: no permitas que sea sacado de mi camino por la fuerza de la tentación. Sálvame, Señor, de todo pecado. No permitas que la iniquidad tenga dominio sobre mí.


Solamente Tú puedes hacer esto. Yo no puedo romper mis propias cadenas ni eliminar a mis propios enemigos. Tú conoces la tentación, pues Tú fuiste tentado. Tú conoces el pecado, pues Tú cargaste con el peso de ese pecado. Tú sabes cómo socorrerme en mi hora de conflicto. Tú puedes salvarme de pecar, y salvarme cuando he pecado. Se ha prometido en Tu propio nombre que harás esto, y yo te ruego que en este día me permitas comprobar la profecía. No permitas que ceda al mal carácter, o al orgullo, o al desaliento o a cualquier forma de mal; pero sálvame para santidad de vida, para que Tu nombre de Jesús pueda ser glorificado en mí abundantemente.


C.H. Spurgeon

sábado, 21 de agosto de 2010

“Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría.” Salmo 30: 5

Un momento bajo la ira de nuestro Padre nos parece un largo tiempo, aunque no sea sino un momento, después de todo. Si agraviamos Su Espíritu no podemos buscar Su sonrisa; pero Él es un Dios presto a perdonar, y hace a un lado pronto todo el recuerdo de nuestras faltas. Cuando languidecemos y estamos a punto de desfallecer debido a Su enojo, Su favor implanta nueva vida en nosotros.

Este versículo tiene otra nota musical del tipo de las semicorcheas. Nuestra noche de lloro se convierte en un día de gozo. La brevedad es la señal de la misericordia en la hora de la disciplina de los creyentes. El Señor no ama el uso de la vara en Sus elegidos; da un golpe, o dos, y todo termina; sí, y la vida y el gozo que siguen a la ira y al llanto, compensan con creces la sana tristeza.

¡Vamos, corazón mío, empieza tus aleluyas! No llores toda la noche, sino seca tus lágrimas en anticipación de la mañana. Estas lágrimas son el rocío que significa para nosotros tanto bien, como los rayos del sol son saludables a la mañana. Las lágrimas aclaran los ojos para la visión de Dios en Su gracia; y vuelven el espectáculo de Su favor más precioso. Una noche de aflicción aporta esas sombras del cuadro que hacen resaltar las luces con mayor claridad. Todo está bien.

C.H. Spurgeon
La Chequera del Banco de la Fe

jueves, 5 de agosto de 2010

“La ley de su Dios está en su corazón; por tanto, sus pies no resbalarán.” Salmo 37:31.

Pónganle la ley en su corazón, y el hombre entero será recto. Allí es donde debe estar la ley; pues entonces descansa, como las tablas de piedra en el arca, en el lugar señalado para ella. En la cabeza confunde, en la espalda abruma, en el corazón sostiene.

¡Qué palabra tan preciosa es usada aquí, “La ley de su Dios”! Cuando conocemos al Señor como nuestro propio Dios, Su ley se convierte en libertad para nosotros. Dios con nosotros en un pacto, nos vuelve ávidos de obedecer Su voluntad y de caminar en Sus mandamientos. Entonces me deleito en la ley.

Aquí se nos garantiza que el hombre de corazón obediente será sostenido en cada paso que dé. Hará lo que es recto, y, por tanto, hará lo que es sabio. La acción santa es siempre la más prudente, aunque en el momento no lo parezca. Cuando nos mantenemos en el camino de Su ley, avanzamos a lo largo de la calzada de la providencia y de la gracia de Dios. La Palabra de Dios no ha descarriado a una sola alma todavía; sus claras instrucciones de caminar humildemente, justamente, amorosamente y en el temor del Señor, son tanto palabras de sabiduría para prosperar nuestro camino, como reglas de santidad para mantener limpios nuestros vestidos. El que camina rectamente camina seguramente.

La chequera del banco de la fe

C.H. Spurgeon

viernes, 16 de julio de 2010

“Y salvaré a la que cojea.” Sofonías 3: 19.

Hay muchas de estas que cojean, tanto machos como hembras. Puedes encontrarte “a la que cojea” veinte veces en una hora. Van por el camino indicado, y están sumamente ansiosas de correr en él con diligencia, pero son cojas, y su caminar es muy torpe. En el camino celestial hay muchos inválidos. Pudiera ser que digan en sus corazones: ¿qué será de nosotros? El pecado nos atrapará, Satanás nos derribará. ‘Próximo-A-Cojear’ es nuestro nombre y nuestra naturaleza; el Señor no tiene buenos soldados, ni siquiera veloces mensajeros que atiendan Sus mensajes. ¡Bien! ¡Bien!, Él nos salvará y eso no es algo insignificante. Él dice: “Salvaré a la que cojea.” Al salvarnos, Él se glorificará grandemente. Todos se preguntarán: ¿cómo logró esta mujer coja participar en la carrera y ganar la corona? Y entonces toda la alabanza será dada a la gracia todopoderosa.

Señor, aunque cojee en la fe, en la oración, en la alabanza, en el servicio y en la paciencia, ¡sálvame, te lo suplico! Sólo Tú puedes salvar a un lisiado como yo. Señor, no permitas que perezca por estar entre los postreros, sino recoge por Tu gracia a los más lentos de Tus peregrinos: incluso a mí. He aquí que Él ha dicho que así será, y, por tanto, como Jacob, prevaleciendo en oración, sigo adelante aunque mi tendón esté contraído.


C.H. Spurgeon

"La chequera del banco de la fe"

jueves, 13 de mayo de 2010

El Tiempo Devocional No Es Mágico

Todos sabemos eso—por lo menos de dicho. No obstante, somos tentados a pensar que si solamente encontráramos una receta secreta—la mezcla correcta de meditación bíblica y oración—entonces experimentaríamos momentos eufóricos de comunión extática con el Señor. Y si eso no es lo que pasa, nuestra receta debe estar equivocada.


El peligro de esta idea equivocada es que puede producir en nosotros decepción y desánimo crónicos. El cinismo se arraiga y nos damos por vencidos porque el tiempo devocional no parece funcionar para nosotros.


El anhelo por la comunión íntima con Dios es algo que proviene de Dios. Él lo satisfará completamente algún día. Y el Espíritu nos permite gustar de un anticipo ocasional. Pero Dios tiene otros fines para nosotros en la meditación y oración diarias. Éstos son algunos:


Ejercicio del Alma (1 Corintios 9:24, Romanos 15:4): Nosotros ejercitamos nuestros cuerpos para aumentar fuerza y resistencia, promover la salud general, y evitar peso innecesario. El tiempo devocional es como el ejercicio de nuestras almas. Desvía nuestra atención de las distracciones y búsquedas decadentes, y la dirige hacia los propósitos y promesas de Dios. Si descuidamos este ejercicio, nos encaminamos a la ruina.


Moldear el Alma (Romanos 12:2): El cuerpo generalmente toma la forma según se le ejercite. El trotar moldea de una manera, entrenamiento con pesas de otra. Lo mismo es la verdad para el alma. Se ajustará a la forma en que la ejercitemos (o no).


Abundancia Bíblica (Salmos 119:11, 119:97 Salmos, Proverbios 23:12): El empaparse de la Biblia profunda y repetidamente a lo largo de los años aumenta nuestra alma de conocimientos bíblicos, suministrando combustible para el fuego de la adoración y aumentando nuestra capacidad de extraer de todas las partes de la Biblia al aplicar la sabiduría de Dios a la vida.


Entrenamiento para la Lucha (Efesios 6:10-17): Los soldados se someten a un riguroso entrenamiento con el fin de arraigar el conocimiento de sus armas. Así, cuando de repente se enfrentan con el caos del combate, instintivamente saben qué hacer. Del mismo modo, el tiempo devocional nos convierte en guerreros más hábiles.


El Cultivo de Deleite (Salmo 37:3-4, Santiago 4:8, Salmo 130:5): Cuando una pareja se enamora hay fuegos artificiales hormonales. Pero en el matrimonio deben cultivar el deleite mutuamente. Es la búsqueda constante, persistente, fiel, intencionada, y cariñosa el uno del otro en el bien y el mal, en riqueza y en pobreza, en enfermedad y en salud, que cultiva una capacidad para el placer mucho más profunda y más rica que la fase de fuegos artificiales. Del mismo modo, el tiempo devocional es una manera de cultivar el deleite en Dios. Muchos días puede parecer aburrido. Pero vamos a ser sorprendido del poder acumulativo que tiene para profundizar nuestro amor por y conocimiento de Él.


John Piper

jueves, 6 de mayo de 2010

¿Importa lo que otros piensan?

... nuestro propósito en la vida es que Cristo sea "magnificado... en mi cuerpo, o por vida o por muerte" (Filipenses 1.20). En otras palabras, con Pablo, sí nos preocupa - de veras nos preocupa - lo que otros piensan de Cristo. Y nuestra vida debe mostrar su verdad y belleza. Así que debemos preoucuparnos de lo que que los demás piensan de nosotros como representantes de Cristo. El amor lo demanda.

Pero no debemos preocuparnos mucho de lo que otros piensan de nosotros por nosotros mismos. Nuestro interés es a fin de cuentas la reputación de Cristo, no la nuestra. El acento cae no sobre nuestra valía o excelencia o virtud o poder o sabiduría. Cae sobre si Cristo es enaltecido por la forma que la gente piensa de nosotros. ¿Adquiere Cristo una buena reputación por la forma como vivimos? ¿Se muestra la excelencia de Cristo en nuestras vidas? Eso debe importarnos, no si nosotros somos objeto de alabanza.

Sí, queremos que la gente nos mire con aprobación cuando mostramos que Jesús es infinitamente valioso para nosotros. Pero no osamos hacer de la opinión de otros la medida de nuestra fidelidad.


John Piper
Extracto del libro "La vida es como una neblina"