martes, 28 de diciembre de 2010
sábado, 25 de diciembre de 2010
martes, 14 de diciembre de 2010
“En quietud y en confianza será vuestra fortaleza.” Isaías 30: 15.
Estar inquietándose y preocupándose, cuestionando y desconfiando es siempre una debilidad. ¿Qué podríamos hacer si nos consumiéramos hasta quedar en los huesos y en la piel? ¿Acaso podríamos ganar algo por tener miedo o por irritarnos? ¿Acaso no nos estaríamos volviendo incapaces para la acción, y trastornaríamos nuestras mentes para cualquier sabia decisión? Nos estamos hundiendo con nuestros esfuerzos cuando podríamos flotar por la fe. ¡Oh, que tuviéramos gracia para quedarnos quietos! ¿Para qué correr de casa en casa repitiendo la gastada historia y enfermándonos más y más del corazón conforme la decimos? ¿Por qué quedarnos en casa clamando en agonía por causa de desventurados presentimientos que podrían no cumplirse jamás?
Sería bueno mantener quieta la lengua, pero sería muchísimo mejor si tuviéramos quieto el corazón. ¡Oh, quedarnos quietos y saber que Jehová es Dios! ¡Oh, que tuviéramos gracia para confiar en Dios! El Santo de Israel ha de defender y liberar a los Suyos. Él no puede volverse de Sus solemnes declaraciones. Podemos estar seguros de que cada palabra de Su voluntad permanecerá aunque las montañas fueran trasladadas. Él es digno de toda confianza; y si mostráramos confianza y la consecuente tranquilidad, seríamos tan felices como los espíritus que están delante del trono. Vamos, alma mía, regresa a tu reposo, y apoya tu cabeza sobre el pecho del Señor Jesús.
La chequera del banco de la fe.
C.H. Spurgeon
miércoles, 20 de octubre de 2010
“Él salvará a su pueblo de sus pecados.” Mateo 1: 21
Señor, sálvame de mis pecados. Por tu nombre de Jesús me siento animado a orar de esta manera. Sálvame de mis pecados pasados, para que el hábito de ellos no me mantenga cautivo. Sálvame de mis pecados constitucionales, para que no sea el esclavo de mis propias debilidades. Sálvame de los pecados que continuamente están ante mis ojos para que no pierda mi horror por ellos. Sálvame de mis pecados secretos; pecados que no percibo debido a mi falta de luz. Sálvame de los pecados súbitos y sorprendentes: no permitas que sea sacado de mi camino por la fuerza de la tentación. Sálvame, Señor, de todo pecado. No permitas que la iniquidad tenga dominio sobre mí.
Solamente Tú puedes hacer esto. Yo no puedo romper mis propias cadenas ni eliminar a mis propios enemigos. Tú conoces la tentación, pues Tú fuiste tentado. Tú conoces el pecado, pues Tú cargaste con el peso de ese pecado. Tú sabes cómo socorrerme en mi hora de conflicto. Tú puedes salvarme de pecar, y salvarme cuando he pecado. Se ha prometido en Tu propio nombre que harás esto, y yo te ruego que en este día me permitas comprobar la profecía. No permitas que ceda al mal carácter, o al orgullo, o al desaliento o a cualquier forma de mal; pero sálvame para santidad de vida, para que Tu nombre de Jesús pueda ser glorificado en mí abundantemente.
C.H. Spurgeon
miércoles, 13 de octubre de 2010
sábado, 4 de septiembre de 2010
sábado, 21 de agosto de 2010
“Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría.” Salmo 30: 5
Este versículo tiene otra nota musical del tipo de las semicorcheas. Nuestra noche de lloro se convierte en un día de gozo. La brevedad es la señal de la misericordia en la hora de la disciplina de los creyentes. El Señor no ama el uso de la vara en Sus elegidos; da un golpe, o dos, y todo termina; sí, y la vida y el gozo que siguen a la ira y al llanto, compensan con creces la sana tristeza.
C.H. Spurgeon
La Chequera del Banco de la Fe
jueves, 5 de agosto de 2010
“La ley de su Dios está en su corazón; por tanto, sus pies no resbalarán.” Salmo 37:31.
Pónganle la ley en su corazón, y el hombre entero será recto. Allí es donde debe estar la ley; pues entonces descansa, como las tablas de piedra en el arca, en el lugar señalado para ella. En la cabeza confunde, en la espalda abruma, en el corazón sostiene.
¡Qué palabra tan preciosa es usada aquí, “La ley de su Dios”! Cuando conocemos al Señor como nuestro propio Dios, Su ley se convierte en libertad para nosotros. Dios con nosotros en un pacto, nos vuelve ávidos de obedecer Su voluntad y de caminar en Sus mandamientos. Entonces me deleito en la ley.
Aquí se nos garantiza que el hombre de corazón obediente será sostenido en cada paso que dé. Hará lo que es recto, y, por tanto, hará lo que es sabio. La acción santa es siempre la más prudente, aunque en el momento no lo parezca. Cuando nos mantenemos en el camino de Su ley, avanzamos a lo largo de la calzada de la providencia y de la gracia de Dios. La Palabra de Dios no ha descarriado a una sola alma todavía; sus claras instrucciones de caminar humildemente, justamente, amorosamente y en el temor del Señor, son tanto palabras de sabiduría para prosperar nuestro camino, como reglas de santidad para mantener limpios nuestros vestidos. El que camina rectamente camina seguramente.
La chequera del banco de la fe
C.H. Spurgeonviernes, 16 de julio de 2010
“Y salvaré a la que cojea.” Sofonías 3: 19.
Hay muchas de estas que cojean, tanto machos como hembras. Puedes encontrarte “a la que cojea” veinte veces en una hora. Van por el camino indicado, y están sumamente ansiosas de correr en él con diligencia, pero son cojas, y su caminar es muy torpe. En el camino celestial hay muchos inválidos. Pudiera ser que digan en sus corazones: ¿qué será de nosotros? El pecado nos atrapará, Satanás nos derribará. ‘Próximo-A-Cojear’ es nuestro nombre y nuestra naturaleza; el Señor no tiene buenos soldados, ni siquiera veloces mensajeros que atiendan Sus mensajes. ¡Bien! ¡Bien!, Él nos salvará y eso no es algo insignificante. Él dice: “Salvaré a la que cojea.” Al salvarnos, Él se glorificará grandemente. Todos se preguntarán: ¿cómo logró esta mujer coja participar en la carrera y ganar la corona? Y entonces toda la alabanza será dada a la gracia todopoderosa.
Señor, aunque cojee en la fe, en la oración, en la alabanza, en el servicio y en la paciencia, ¡sálvame, te lo suplico! Sólo Tú puedes salvar a un lisiado como yo. Señor, no permitas que perezca por estar entre los postreros, sino recoge por Tu gracia a los más lentos de Tus peregrinos: incluso a mí. He aquí que Él ha dicho que así será, y, por tanto, como Jacob, prevaleciendo en oración, sigo adelante aunque mi tendón esté contraído.
C.H. Spurgeon
"La chequera del banco de la fe"
martes, 13 de julio de 2010
jueves, 10 de junio de 2010
sábado, 29 de mayo de 2010
jueves, 6 de mayo de 2010
¿Importa lo que otros piensan?
... nuestro propósito en la vida es que Cristo sea "magnificado... en mi cuerpo, o por vida o por muerte" (Filipenses 1.20). En otras palabras, con Pablo, sí nos preocupa - de veras nos preocupa - lo que otros piensan de Cristo. Y nuestra vida debe mostrar su verdad y belleza. Así que debemos preoucuparnos de lo que que los demás piensan de nosotros como representantes de Cristo. El amor lo demanda.
Pero no debemos preocuparnos mucho de lo que otros piensan de nosotros por nosotros mismos. Nuestro interés es a fin de cuentas la reputación de Cristo, no la nuestra. El acento cae no sobre nuestra valía o excelencia o virtud o poder o sabiduría. Cae sobre si Cristo es enaltecido por la forma que la gente piensa de nosotros. ¿Adquiere Cristo una buena reputación por la forma como vivimos? ¿Se muestra la excelencia de Cristo en nuestras vidas? Eso debe importarnos, no si nosotros somos objeto de alabanza.
Sí, queremos que la gente nos mire con aprobación cuando mostramos que Jesús es infinitamente valioso para nosotros. Pero no osamos hacer de la opinión de otros la medida de nuestra fidelidad.
John Piper
Extracto del libro "La vida es como una neblina"
sábado, 24 de abril de 2010
jueves, 8 de abril de 2010
Video subido por Katiekatew y subtitulado por Alex Figueroa: http://www.youtube.com/watch?v=1_Fizm8pQkg&feature=player_embedded
jueves, 4 de marzo de 2010
La excelencia de Jesucristo
jueves, 25 de febrero de 2010
La oración
Tarea Primordial De Los Ministros
El hecho de que las epístolas del Nuevo Testamento den fe de tantas oraciones, nos llama la atención sobre un aspecto importante de la tarea ministerial. El predicador no ha terminado con sus obligaciones cuando deja el púlpito, ya que es preciso que riegue la semilla que ha sembrado. Por el bien de los predicadores jóvenes, permítaseme extenderme un poco sobre este asunto. Ya hemos visto que los apóstoles se dedicaron “de lleno a la oración y al ministerio de la palabra” (Hch. 6:4) dejando un ejemplo excelente para todos aquellos que les siguen en esta sagrada vocación. No sólo hay que poner atención al orden de prioridades que establecen los apóstoles, sino que hay que obedecerlo y practicarlo. No importa con cuánto cuidado y laboriosidad preparemos nuestros sermones, estos llegarán a los oyentes sin la unción del Espíritu si no han nacido de un alma que se ha ocupado delante de Dios. A menos que el sermón sea el producto de intensa oración no esperemos que despierte el espíritu de oración en aquellos que lo escuchan. Como ya se ha señalado, Pablo entretejía oraciones entre las instrucciones que escribía en sus cartas. Es nuestro privilegio y nuestro deber retirarnos a un lugar apartado después de dejar el púlpito, para rogar a Dios que escriba su palabra sobre el corazón de quienes nos escucharon, para evitar que el enemigo arrebate la semilla y para bendecir nuestro esfuerzo de tal manera, que esas palabras lleven fruto para su eterna alabanza.
Lutero solía decir: “Hay tres cosas que hacen eficaz a un predicador: súplicas, meditación y tribulación.” No sé cómo explicó esto el gran reformador, pero supongo que quería decir algo así: que la oración es necesaria para situar al predicador dentro del marco adecuado, para manejar las cosas divinas y para investirlo de poder divino; que la meditación en la palabra es esencial para suplirle material para su mensaje, y que se requiere de la tribulación como contrapeso de su nave, porque el ministro del evangelio necesita pruebas que lo mantengan humilde, así como el apóstol Pablo recibió un aguijón en la carne para evitar que se exaltara indebidamente por la abundancia de revelaciones que le eran concedidas. La oración es el medio señalado para recibir comunicaciones que edifiquen e instruyan al pueblo. Debemos dedicar mucho tiempo a estar con Dios, antes de poder salir y hablar en su nombre. Epafras, uno de los pastores de Colosas, había salido de casa para visitar a Pablo. Al concluir su epístola a los Colosenses, Pablo informa a los destinatarios que Epafras intercedía por ellos fielmente: “Os saluda Epafras, el cual es uno de vosotros, siervo de Cristo, siempre rogando encarecidamente por vosotros en sus oraciones. para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere. Porque de él doy testimonio de que tiene gran solicitud por vosotros. . .” (Col. 4:12.13a. RV60). ¿Sería posible recomendarlo a usted ante su congregación en esos términos?
Una Tarea Universal Entre Los Creyentes
Pero no se piense que el énfasis que las epístolas hacen indica que la oración es una tarea exclusiva de los predicadores. Lejos de ser así, las epístolas van dirigidas a creyentes en general, quienes necesitan practicar todo lo que estas cartas contienen. Los cristianos deben orar mucho, no solamente por ellos mismos sino por todos sus hermanos y hermanas en Cristo. Debemos orar deliberadamente de acuerdo con estos modelos apostólicos, y pedir las bendiciones particulares que allí se especifican. Hace mucho tiempo que soy un convencido de que no hay manera mejor ‑ ni más práctica, ni más valiosa, ni más eficaz ‑ de expresar nuestra solicitud y afecto por los santos, que presentarlos en oración delante de Dios, y llevarlos en los brazos de nuestra fe y de nuestro amor.
Al estudiar estas oraciones en las epístolas, y al considerarlas frase por frase aprenderemos con mayor claridad qué bendiciones debemos procurar para nosotros y para otros; sabremos cuáles son los dones y gracias espirituales por los que debemos ser muy solícitos. El hecho de que estas oraciones, inspiradas por el Espíritu Santo, hayan quedado registradas en el sagrado volumen, hace ver que los favores particulares que en ellas se piden son los que Dios nos ha permitido buscar y obtener de parte de él (Ro. 8:26,27; 1 Jn. 5:14,15).
A.W. Pink