Hay dos cosas que son absolutamente esenciales para poder recibir la salvación: la liberación de la culpa y del castigo del pecado y la liberación del poder y de la presencia del pecado. Uno se efectúa en la obra de reconciliación de Cristo y el otro se realiza en las operaciones efectuadas por el Espíritu Santo. Uno es el bendito resultado de lo que el Señor Jesús hizo para el pueblo de Dios, y el otro es la consecuencia gloriosa de lo que el Espíritu Santo hace en el pueblo de Dios. Uno sucede después de haber nacido del polvo como un mendigo destituido, la fe echa mano de Cristo y entonces Dios lo justifica de todas las cosas, y el pecador creyente, temblando y penitente, recibe un perdón completo y gratuito. El otro sucede paulatinamente en diferentes etapas bajo la divina bendición de la regeneración, la santificación y la glorificación. En la regeneración, el pecado recibe su herida mortal aunque no se muere del todo. En la santificación se le muestra al alma regenerada la fosa de corrupción que mora dentro de él y se le enseña a despreciarse y odiarse así mismo. En la glorificación, el alma y el cuerpo son librados para siempre de todo vestigio y efecto del pecado.
La regeneración es absolutamente necesaria para que un alma entre en el cielo. Para poder amar las cosas espirituales un hombre tiene que ser transformado espiritualmente. El hombre natural puede oír estas cosas pero no puede amarlas (2 Tes. 2:10) ni hallar su gozo en ellas. Nadie puede morar con Dios y estar feliz para siempre en su presencia hasta que se haya hecho un cambio radical en él, una transformación del pecado a la santidad; y este cambio tiene que realizarse aquí mismo en la tierra.
¿Cómo puede uno entrar en un mundo de santidad inefable después de haber pasado toda su vida en el pecado (haberse agradado a sí mismo)? ¿Cómo puede cantar el cántico del Cordero si su corazón no está sintonizado en él? ¿Cómo puede soportar el contemplar la gran majestad de Dios cara a cara sin ni siquiera haberlo visto "como por espejo en oscuridad" con el ojo de la fe? Tal como molesta y duelen mucho los ojos cuando uno sale a la luz del sol del mediodía después de estar en la oscuridad, así también será cuando los inconversos contemplen a Aquel, quien es la luz. En vez de querer tal panorama, "todos los linajes de la tierra se lamentarán sobre él" (Ap. 1:7). Sí, tan abrumadora será su angustia que clamarán a las montañas y a las rocas, "Caed sobre nosotros, y escondednos de la cara de aquel que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero," (Ap. 6:16). Sí, mi querido lector, esta será tu experiencia a menos que Dios te regenere.
Lo que sucede en la regeneración es lo contrario de lo que sucedió en la caída. La persona que nace de nuevo es restaurada a una unión y comunión con Dios a través de Cristo y la operación del Espíritu Santo: el que estaba muerto espiritualmente antes, ahora está vivo espiritualmente (Juan 5:24). Tal como la muerte espiritual vino por la entrada de un principio malo en el ser del hombre, de la misma manera se le introduce un principio bueno en la vida espiritual. Dios le comunica un principio nuevo, tan real y tan potente como le es el pecado. Ahora se le brinda la gracia divina, y una disposición santa se desarrolla en su alma. Se le da un espíritu diferente al hombre interior.
Una persona regenerada es "una nueva criatura" (2 Cor. 5:17). Mi querido lector, ¿se aplica esto a tu experiencia de Dios con respecto a estas preguntas? ¡Qué cada uno de nosotros se examine!: ¿Cómo está mi corazón respecto al pecado? ¿Existe una profunda tristeza según Dios, ahora que me he entregado? ¿Existe un odio genuino en contra del pecado? ¿Tengo una conciencia sensible y me perturban esas cosas que el mundo denomina "pequeñeces"'? ¿Me siento humilde cuando estoy consciente del surgimiento del orgullo y de mi propia voluntad? ¿Aborrezco mis corrupciones internas? ¿Están mis deseos muertos al mundo y vivos para con Dios? ¿Cuál es mi meditación en mis tiempos libres? ¿Me parecen los ejercicios espirituales tiempos de alegría y placer o molestos y como cargas pesadas? ¿Puedo decir, "¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca,". (Salmo 119:103). ¿Es la comunión con Dios mi gozo más grande? ¿Es la gloria de Dios más preciosa para mí que todo lo que lo que el mundo me ofrece?
A. W. Pink