sábado, 31 de octubre de 2009

LA SANTIDAD DE DIOS (2da. Parte)

La santidad de Dios se manifiesta en sus obras. Nada que no sea excelente puede proceder de El. La santidad es regla de todas sus acciones. En el principio declaró todo lo que había hecho “bueno en gran manera” (Gn. 1:31), lo cual no hubiera podido hacer si hubiera habido algo imperfecto o impuro.

Al hombre lo hizo “recto” (Ec. 7:29), a imagen y semejanza de su creador. Los ángeles que cayeron fueron creados santos, ya que, según leemos, “dejaron su habitación” (Judas. 6). De Satanás está escrito: “perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado hasta que se halló en ti maldad” (Eze. 28:15).

La santidad de Dios se manifiesta en su ley. Esa ley prohíbe el pecado en todas sus variantes: en las formas más refinadas así como en las más groseras, la intención de la mente como la de contaminación del cuerpo, el deseo secreto como el acto abierto.

Por ello leemos: “la ley a la verdad es santa y el mandamiento santo y justo, y bueno” (Ro. 7:12). Sí, “el precepto de Jehová es puro que alumbra a los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos” (Sal. 19:8,9).

La santidad de Dios que se manifiesta en la cruz. La expiación pone de manifiesto de la manera más admirable, y a la vez solemne la santidad infinita de Dios y su odio al pecado. ¡Cuán detestable había de serle este cuando lo castigó hasta el límite de su culpabilidad al imputarlo a su hijo! “los juicios que han sido o que serán vertidos sobre el mundo impío, la llama ardiente de la conciencia pecadora, la sentencia irrevocable dictada contra los demonios rebeldes, y los gemidos de las criaturas condenadas, nos demuestran tan palpablemente el odio de Dios hacia el pecado como la ira del Padre desatada sobre el Hijo.

La santidad divina jamás apareció más atractiva y hermosa que cuando la faz del salvador estaba más desfigurada por los gemidos de la muerte. El mismo lo declara en el Salmo 22. Cuando Dios esconde de Cristo su faz sonriente y le hunde su afilado cuchillo en el corazón haciéndole exclamar Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?, Cristo adora esa perfección divina: “pero tu eres santo, v. 3”.

Dios odia todo pecado porque El es santo. El ama todo lo que es conforme a sus leyes y aborrece todo lo que es contrario a las mismas. Su palabra lo expresa claramente: “el perverso es abominado de Jehová” (Prov. 3:32). Y otra vez: “abominación son a Jehová los pensamientos del malo” (Prov. 15:26). De ello se desprende que él, necesariamente ha de castigar el pecado.

El pecado no puede escapar a su castigo porque Dios lo aborrece. Dios ha perdonado a menudo a los pecadores, pero jamás perdona el pecado; el pecador sólo puede ser perdonado a causa de que otro ha llevado su castigo, porque “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (He. 9:22). Por eso se nos dice que “Jehová se venga de sus adversarios, y guarda enojo para sus enemigos” (Nah. 1:2).

A causa de un pecado Dios desterró a nuestros primeros padres del Edén. Por un pecado toda la descendencia de Cam cayó bajo una maldición que todavía perdura. Moisés fue excluido de Canaán a causa de un pecado. Y por un pecado el criado de Eliseo fue castigado con lepra y Ananías y Safira fueron separados de la tierra de los vivientes.

En eso tenemos pruebas de la inspiración divina de las Escrituras. El alma no regenerada no cree realmente en la santidad de Dios, el concepto que de su carácter tiene es parcial. Espera que su misericordia superará todo lo demás. “Pensabas que de cierto sería yo como tú” (Sal. 50:21), es la acusación de Dios a los tales.

Piensan en un dios cortado según el patrón de sus propios corazones malos. De ahí su persistencia en una carrera de locura. La santidad atribuida en las Escrituras a la naturaleza y carácter divinos es tal, que demuestra claramente el origen sobrenatural de estas. El carácter atribuido a los “dioses” del paganismo antiguo y moderno es todo lo contrario de la pureza inmaculada que pertenece al verdadero Dios.

¡Los descendientes caídos de Adán jamás podían idear un Dios de santidad inenarrable que aborrece totalmente todo pecado! En realidad, nada pone más de manifiesto la terrible depravación del corazón humano y su enemistad con el Dios viviente que la presencia del que es infinita e inmutablemente sabio.

La idea humana del pecado está prácticamente limitada a lo que el mundo llama “crimen”. Lo que no llega a tal gravedad, el hombre lo llama “defectos”, “equivocaciones”, “enfermedad”, etc. E incluso cuando se reconoce la existencia del pecado, se buscan excusas y atenuantes.

El “dios” que la inmensa mayoría de los que profesan ser cristianos “aman” es como un anciano indulgente, quien, aunque no las comparta disimula benignamente las “imprudencias” juveniles. Pero la Palabra de Dios dice: “Aborreces a todos los que hacen iniquidad” (Sal. 5:5), y “Dios está airado todos los días contra el impío” (Sal. 7:11).

Pero los hombres se niegan a creer en este Dios, y rechinan los dientes cuando se les habla fielmente de como odia al pecado. No, el hombre pecaminoso no podía imaginar un Dios santo, como tampoco crear el lago de fuego en el que será atormentado para siempre.

Porque Dios es santo, es completamente imposible que acepte a las criaturas sobre la base de sus propias obras. Una criatura caída podría más fácilmente crear un mundo que hacer algo que mereciera la aprobación del que es infinitamente puro. ¿Pueden las tinieblas habitar con la luz? ¿Puede el inmaculado deleitarse con los “trapos de inmundicia”? (Isa. 64:6). Lo mejor que el hombre pecador puede presentar está contaminado. Un árbol corrompido no puede producir buen fruto, si Dios considerara justo y santo aquello que no lo es, se negaría a sí mismo y envilecería sus perfecciones; y no hay nada justo ni santo si tiene la menor mancha contraria a la naturaleza de Dios. Pero bendito sea su nombre, porque lo que su santidad exigió, lo proveyó su gracia en Cristo Jesús, Señor nuestro. Cada pobre pecador que se haya refugiado en él es “acepto en el amado” (Efe. 1:6). ¡Aleluya!.

Porque Dios es santo, debemos acercarnos a él con la máxima reverencia. “Dios terrible en la grande congregación de los santos y formidable sobre todos cuantos están alrededor suyo” (Sal. 89:7). “Ensalzad a Jehová nuestro Dios, e inclinaos al estrado de sus pies: él es santo” (Sal. 99:5). Sí, “Al estrado”, en la postura más humilde, postrados ante él. Cuando Moisés se acercaba a la zarza ardiendo, Dios le dijo: “quita tus zapatos de tus pies” (Exo. 3:5).

A él hay que servirle “con temor” (Sal. 2:11). Al pueblo de Israel dijo: “En mis allegados me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado” (Lev. 10:3). Cuando más temerosos nos sintamos ante su santidad inefable, más aceptables seremos al acercarnos a él.

Porque Dios es santo, deberíamos desear ser hechos conformes a él. Su mandamiento es: “Sed santos, porque yo soy santo” (1Ped. 1:16). No se nos manda ser omnipotentes u omniscientes como Dios, sino santos, y eso “en toda conversación” (1Ped. 1:15). Este es el mejor medio para agradarle. No glorificamos a Dios tanto con nuestra admiración ni con expresiones elocuentes o servicio ostentoso, como con nuestra aspiración a conversar con El con espíritu limpio, y a vivir para El viviendo como El”.

Así pues, por cuanto solo Dios es la fuente y manantial de la santidad, busquemos la santidad en él; que nuestra oración diaria sea que “El Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts. 5:23).

Arthur Pink

 

 

jueves, 29 de octubre de 2009

LA SANTIDAD DE DIOS (1ra. Parte)

Sólo El es infinita, independientemente e inmutablemente santo. Con frecuencia Dios es llamado “El Santo” en la Escritura; y lo es porque en él se halla la suma de todas las excelencias morales. Es pureza absoluta, sin la más leve sombra de pecado. “Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas” (1Juan. 1:5).

La santidad es la misma excelencia de la naturaleza divina: el gran Dios es “magnífico en santidad” (Ex. 15:11). Por eso leemos: “muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio” (Hab. 1:13). De la misma manera que el poder de Dios es lo opuesto a debilidad natural de la criatura, y su sabiduría contrasta completamente con el menor defecto de entendimiento, su santidad es la antítesis de todo defecto o imperfección moral.

En la antigüedad, Dios instituyó algunos “que cantasen a Jehová y alabasen en la hermosura de su santidad”. (2Crón.. 20:21). El poder es la mano y el brazo de Dios, la omnisciencia sus ojos, la misericordia su entraña, la eternidad su duración, pero “la santidad es su hermosura”. Es esta hermosura lo que le hace deleitoso para aquellos que han sido liberados del dominio del pecado.

A esta perfección divina se le da un énfasis especial. “Se llama santo a Dios más veces que todopoderoso, y se presenta esta parte de su dignidad más que ninguna otra. Esta cualidad va como calificativo junto a su nombre más que ninguna otra. Nunca se nos habla de Su poderoso nombre, o su sabio nombre, sino su grande nombre, y, sobre todo, su santo nombre. Este es su mayor título de honor; en ésta resalta toda la majestad y respetabilidad de su nombre.” Esta perfección, como ninguna otra, es celebrada ante el trono del cielo por los serafines que claman: “Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos” (Isa. 6:3).

Dios mismo destaca esta perfección: “Una vez he jurado por mi santidad” (Sal. 89:35). Dios jura por su santidad porque ésta es la expresión más plena de sí mismo. Por ella nos exhorta: “Cantad a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad” (Sal. 30:4). “Podemos llamar a éste un atributo trascendental; es como si penetrara en los demás atributos y les diera lustre” (J. Howe 1670). Por ello leemos de la “hermosura del Señor” (Sal. 27:4), la cual no es otra que la “hermosura de su santidad” (Sal. 110:3).

“Esta excelencia destacada por encima de sus otras perfecciones, es la gloria de éstas; es cada una de las perfecciones de la deidad; así como su poder es el vigor de sus otras perfecciones, su santidad es la hermosura de las mismas; de la manera que sin omnipotencia todo sería débil, sin santidad todo sería desagradable. Si ésta fuera manchada, el resto perdería su honra

Esto sería como si el sol perdiera su luz: perdería al instante su calor, su poder y sus virtudes generadoras y vivificadoras. Así como en el cristiano la sinceridad es el brillo de todas las gracias, la pureza en Dios es el resplandor de todos los atributos de la divinidad. Su justicia es santa, su sabiduría santa, su brazo poderoso es un santo brazo (Sal. 98:1). Su verdad o palabra es una Santa Palabra (Sal. 105:42). Su nombre, que expresa todos sus atributos juntos, es un Santo Nombre (Sal. 103:1)”

Arthur Pink

 

 

jueves, 22 de octubre de 2009

¿Cómo memorizar Las Escrituras?

(Tomado de: 5 PASOS HACIA LA TRANSFORMACIÓN. POR PAUL WASHER)
Cuando estas leyendo o estudiando la Palabra, encontraremos versículos claves que tendrán un significado especial para nuestras vidas. Nosotros debemos memorizar estas porciones de las Escrituras de modo que ellos puedan continuar recordándonos lo que hemos aprendido y como debemos vivir. Esta internalización de la Palabra de Dios es la clave si queremos ver el fruto completo de nuestra lectura y estudio de la Biblia. Memorizar las Escrituras es una de las disciplinas cristianas mas ignoradas. Muchos cristianos creen que la memorización de las Escrituras es simplemente muy difícil. Esto no es verdad. Todos pueden aprender a memorizar la Escritura. Las siguientes sugerencias te pueden ayudar:

1) Memoriza pequeñas porciones.
Comienza con pequeñas porciones de la Escritura. No te preocupes; es una disciplina de toda la vida.
2) Memoriza los versículos de tu interés.
Memoriza los versículos que te interesan o te pueden ayudar con tu crecimiento espiritual. Si tienes un problema con la paciencia entonces memoriza versículos que hablen sobre las virtudes y la bendición de la paciencia. Si quieres ser un mejor testigo, entonces memoriza versículos sobre la salvación.
3) Memoriza sistemáticamente.
Memoriza versículos que traten con un tema específico. Cuando hayas dominado esos versículos, elije otro tema y comienza de Nuevo.
4) Memoriza en las oportunidades.
Lleva tus versículos a memorizar contigo en pequeñas tarjetas. Trabaja en la memorización de la Biblia cuando estés manejando hacia el trabajo, estando conectado(a), limpiando la casa, etc.
5) Revisa periódicamente los versículos de la Escritura que ya has memorizado, de modo que ellos siempre estén firmemente arraizados en tu corazón y mente.

Tomado de Paul Washer en español

martes, 20 de octubre de 2009

Salvará a su pueblo

"Él salvará a su pueblo de sus pecados." Mateo 1: 21.

Señor, sálvame de mis pecados. Por tu nombre de Jesús me siento animado a orar de esta manera. Sálvame de mis pecados pasados, para que el hábito de ellos no me mantenga cautivo. Sálvame de mis pecados constitucionales, para que no sea el esclavo de mis propias debilidades. Sálvame de los pecados que continuamente están ante mis ojos para que no pierda mi horror por ellos. Sálvame de mis pecados secretos; pecados que no percibo debido a mi falta de luz. Sálvame de los pecados súbitos y sorprendentes: no permitas que sea sacado de mi camino por la fuerza de la tentación. Sálvame, Señor, de todo pecado. No permitas que la iniquidad tenga dominio sobre mí.
Solamente Tú puedes hacer esto. Yo no puedo romper mis propias cadenas ni eliminar a mis propios enemigos. Tú conoces la tentación, pues Tú fuiste tentado. Tú conoces el pecado, pues Tú cargaste con el peso de ese pecado. Tú sabes cómo socorrerme en mi hora de conflicto. Tú puedes salvarme de pecar, y salvarme cuando he pecado. Se ha prometido en Tu propio nombre que harás esto, y yo te ruego que en este día me permitas comprobar la profecía. No permitas que ceda al mal carácter, o al orgullo, o al desaliento o a cualquier forma de mal; pero sálvame para santidad de vida, para que Tu nombre de Jesús pueda ser glorificado en mí abundantemente.


La Chequera del Banco de la Fe.

 

 

lunes, 19 de octubre de 2009

El Camino De La Salvación

¿Qué debo hacer para ser salvo? ¿Salvo de qué? ¿De Qué deseas ser salvo? ¿Del infierno? Eso no prueba nada. Nadie quiere ir allá. El asunto entre Dios y el hombre es EL PECADO. ¿Quieres ser salvo de esto? ¿Qué es el pecado? El pecado es una especie de rebelión en contra de Dios. Es auto-complacencia; es ignorar los reclamos de Dios, y ser indiferente por completo al hecho de que nuestra conducta puede agradar o desagradar a Dios. Antes que Dios salve a un hombre, Él lo convence de su pecaminosidad. No quiero decir con esto que él diga como muchos dicen, -Si, todos somos pecadores, ya lo sabemos.- Más bien, quiero decir que el Espíritu Santo me hace sentir en el corazón que he estado toda mi vida en rebelión contra Dios, y que mis pecados son tantos, tan grandes, tan negros, que temo haber transgredido fuera del alcance de la misericordia divina.
¿Has tenido esta experiencia alguna vez? ¿Te has sentido totalmente indigno para el cielo y alejado de la presencia de un Dios Santo? ¿Percibes que en ti no hay nada bueno, ni nada bueno acreditado a tu cuenta; y que siempre has amado las cosas que Dios odia y odiado las cosas que Dios ama?
¿Al pensar en estas cosas no se te ha quebrantado el corazón ante Dios? ¿No te lamentas tu, por haber hecho mal uso de Sus misericordias, de Sus bendiciones, por haber abusado del Día del Señor, por haber desechado Su Palabra, y por no haberle dado un verdadero lugar en tus pensamientos, en tus afecciones y en tu vida? Si no has visto ni sentido esto personalmente, entonces actualmente no hay esperanza para ti, pues Dios dice, “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3). Y si mueres en tu condición actual, estarás perdido para siempre.
Pero si has llegado al lugar donde el pecado es tu mayor plaga, donde ofender a Dios es tu mayor pesar, y donde tu mayor anhelo es agradarle y honrarlo a Él; entonces tienes esperanza. “Porque el Hijo del Hombre vino á buscar y á salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Él te salvará, si estás listo y dispuesto a abandonar las armas de tu rebelión en contra de Él, te inclinas a Su Señorío, y te rindes a Su control.
Su sangre puede limpiar la mancha más obscura. Su gracia puede sostener al más débil. Su poder puede librar al que sufre con pruebas y tentaciones. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Cor.6:2). Cede ante los reclamos de Dios. Dale el trono de tu corazón. Confía en Su muerte expiatoria. Ámalo con toda tu alma. Obedécelo con todas tus fuerzas, y Él te guiará al cielo. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tu, y tu casa” (Hechos 16:31).

Arthur Pink
 
 

viernes, 16 de octubre de 2009

La Regeneración o El Nuevo Nacimiento

Hay dos cosas que son absolutamente esenciales para poder recibir la salvación: la liberación de la culpa y del castigo del pecado y la liberación del poder y de la presencia del pecado. Uno se efectúa en la obra de reconciliación de Cristo y el otro se realiza en las operaciones efectuadas por el Espíritu Santo. Uno es el bendito resultado de lo que el Señor Jesús hizo para el pueblo de Dios, y el otro es la consecuencia gloriosa de lo que el Espíritu Santo hace en el pueblo de Dios. Uno sucede después de haber nacido del polvo como un mendigo destituido, la fe echa mano de Cristo y entonces Dios lo justifica de todas las cosas, y el pecador creyente, temblando y penitente, recibe un perdón completo y gratuito. El otro sucede paulatinamente en diferentes etapas bajo la divina bendición de la regeneración, la santificación y la glorificación. En la regeneración, el pecado recibe su herida mortal aunque no se muere del todo. En la santificación se le muestra al alma regenerada la fosa de corrupción que mora dentro de él y se le enseña a despreciarse y odiarse así mismo. En la glorificación, el alma y el cuerpo son librados para siempre de todo vestigio y efecto del pecado.

La regeneración es absolutamente necesaria para que un alma entre en el cielo. Para poder amar las cosas espirituales un hombre tiene que ser transformado espiritualmente. El hombre natural puede oír estas cosas pero no puede amarlas (2 Tes. 2:10) ni hallar su gozo en ellas. Nadie puede morar con Dios y estar feliz para siempre en su presencia hasta que se haya hecho un cambio radical en él, una transformación del pecado a la santidad; y este cambio tiene que realizarse aquí mismo en la tierra.

¿Cómo puede uno entrar en un mundo de santidad inefable después de haber pasado toda su vida en el pecado (haberse agradado a sí mismo)? ¿Cómo puede cantar el cántico del Cordero si su corazón no está sintonizado en él? ¿Cómo puede soportar el contemplar la gran majestad de Dios cara a cara sin ni siquiera haberlo visto "como por espejo en oscuridad" con el ojo de la fe? Tal como molesta y duelen mucho los ojos cuando uno sale a la luz del sol del mediodía después de estar en la oscuridad, así también será cuando los inconversos contemplen a Aquel, quien es la luz. En vez de querer tal panorama, "todos los linajes de la tierra se lamentarán sobre él" (Ap. 1:7). Sí, tan abrumadora será su angustia que clamarán a las montañas y a las rocas, "Caed sobre nosotros, y escondednos de la cara de aquel que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero," (Ap. 6:16). Sí, mi querido lector, esta será tu experiencia a menos que Dios te regenere.

Lo que sucede en la regeneración es lo contrario de lo que sucedió en la caída. La persona que nace de nuevo es restaurada a una unión y comunión con Dios a través de Cristo y la operación del Espíritu Santo: el que estaba muerto espiritualmente antes, ahora está vivo espiritualmente (Juan 5:24). Tal como la muerte espiritual vino por la entrada de un principio malo en el ser del hombre, de la misma manera se le introduce un principio bueno en la vida espiritual. Dios le comunica un principio nuevo, tan real y tan potente como le es el pecado. Ahora se le brinda la gracia divina, y una disposición santa se desarrolla en su alma. Se le da un espíritu diferente al hombre interior.

Una persona regenerada es "una nueva criatura" (2 Cor. 5:17). Mi querido lector, ¿se aplica esto a tu experiencia de Dios con respecto a estas preguntas? ¡Qué cada uno de nosotros se examine!: ¿Cómo está mi corazón respecto al pecado? ¿Existe una profunda tristeza según Dios, ahora que me he entregado? ¿Existe un odio genuino en contra del pecado? ¿Tengo una conciencia sensible y me perturban esas cosas que el mundo denomina "pequeñeces"'? ¿Me siento humilde cuando estoy consciente del surgimiento del orgullo y de mi propia voluntad? ¿Aborrezco mis corrupciones internas? ¿Están mis deseos muertos al mundo y vivos para con Dios? ¿Cuál es mi meditación en mis tiempos libres? ¿Me parecen los ejercicios espirituales tiempos de alegría y placer o molestos y como cargas pesadas? ¿Puedo decir, "¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca,". (Salmo 119:103). ¿Es la comunión con Dios mi gozo más grande? ¿Es la gloria de Dios más preciosa para mí que todo lo que lo que el mundo me ofrece?

A. W. Pink

martes, 13 de octubre de 2009

¿y qué del principio?


“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” Gn 1:1

Te has preguntado alguna vez, ¿Cómo llegó a existir todo? ¿Tuvo todo un principio? ¿Fue todo una casualidad? ¿Alguien intervino en todo lo que vemos? ¿Tienen los científicos la respuesta a todas nuestras interrogantes?
Muchas respuestas se han dado ha estas preguntas, y sobre todo aquellas que han venido de estos últimos personajes. Tanto así, que muchos cristianos han preferido creerles a ellos y no ha Dios. El cristianismo está atravesando por una época en donde los avances tecnológicos y científicos van en un aumento dramáticamente rápido. A cada momento surgen nuevos conocimientos en diversas áreas, y aparentemente ya no existen respuestas absolutas a las interrogantes. En diversos programas televisivos se deja a un lado la Biblia, (se le ridiculiza aunque muchas veces no abiertamente) y se entroniza el pensamiento humano.

En el principio...
La Biblia es muy clara, establece que todo tuvo un inicio, un origen, un comienzo. De hecho, este primer verso está tomado del libro llamado Génesis, cuyo significado es “principio, origen, comienzo”. La palabra Génesis se deriva del griego Gennao, que significa engendrar o dar a luz. Es por ello que el primer versículo de la Biblia, que es la Palabra de Dios, (el mensaje de Dios para nosotros) establece en sus primeras tres palabras: En el principio... Todo entonces tuvo un inicio un comienzo, y esto es claro, ya que nuestra propia mente sabe esto. La computadora que tengo en frente en este momento, no ha existido por siempre, yo mismo no he existido por siempre. De este verso en adelante Dios nos enseñará como llegó a surgir todo: el hombre, la mujer, el matrimonio, la familia, etc. Hasta aquí no hay aparente contradicción con el pensamiento humano, ya que todo hombre estará de acuerdo en esto, que todo tiene un comienzo. Pero es importante ver lo que continúa diciendo nuestro texto.

...creó Dios...
Es aquí donde se oyen inmediatamente gritos y protestas de muchos hombres: ¡imposible! ¡no es cierto! ¡son cuentos! ¡dejemos los tiempos del oscurantismo! ¡la ciencia no dice eso! ¡mis descubrimientos niegan eso!, etc. La Biblia es clara, tajante y da respuestas absolutas; no da lugar a: es posible, tal vez, quizá... Y nos enseña que fue Dios quien creó todo. Ahora hay que recordar lo que ya se dijo, todo tiene un comienzo, excepto Dios. El texto viene diciendo: En el principio creó Dios..., lo que significa que Dios ya existía, Él ya estaba antes de esa palabra principio ¿Confundido? Pues claro, ¿como es posible que Dios haya existido antes que todo?, pero más desconcertante es, (y espero que ya sepas esto, y estés convencido de ello) que Dios afirma que Él no tuvo un principio, un origen, un comienzo; Él afirma haber existido por siempre, sin haber tenido un principio, observa los siguientes textos: Deuteronomio 33:27: “El eterno Dios...”; Salmos 90:2: “Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”; 1 Timoteo 1:17: “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.”. Hay muchos más textos, pero lo importante es saber que Dios tiene muchos atributos que van más allá de nuestra compresión, y uno de sus atributos que lo separan y diferencia de nosotros, es su eternidad, Él mismo nos dice: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. La respuesta es, yo no existía todavía, y eso demuestra que soy su creación, porque reconozco la verdad. Por lo tanto, sólo hay una persona, que nos puede dar todas las respuestas de donde se originó todo, esa persona es Dios. Tenemos que creerle. Pero el texto todavía tiene todavía cinco palabras más.

...los cielos y la tierra
Con estas palabras se sella todo. Que todo tuvo un principio, que Dios creó todo, lo cual está contenido en los cielos y la tierra. Esto no solo se afirma en este verso de Génesis, sino toda la Biblia da testimonio de ello, busca los siguientes textos: Nehemías 9:6; Job 12:7-9; Salmos 102:25; Hechos 4:24; Hebreos 11:3. Con este verso Dios deja claro que: Él existe, esto deja fuera al ateísmo; Que sólo Él es Dios, deja a un lado el politeísmo; que Él hizo todo, por tanto es distinto de su creación, esto deja a un lado al panteísmo; que Él es el creador, esto deja a un lado la evolución.
Si es la primera vez que lees algo como esto, cree en Dios, Él existe, no es ningún invento humano, al contrario, nosotros somos su creación, lee la Biblia y encontrarás muchas más respuestas a tus interrogantes, pero sobre todo debes reconocer que sin Dios, estás perdido, y que Él sabe eso, sabe de tu pecado, de tu miseria, por lo cual, Él envió a su único Hijo, el Señor Jesús a morir por en una cruz, Él te dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” Juan 3:16; si personalizas el texto diría: porque de tal manera te amé, que he dado a mi Hijo unigénito, para que creas en él, y no te pierdas, más tengas vida eterna.

Arrepiéntete de tus pecados, y confía en el sacrificio de Cristo en la cruz. Si ya crees en Dios y en el sacrificio de Jesucristo por ti en la cruz, por tus pecados, comparte tu fe con otros, no calles, se que muchos se burlarán, pero eso que importa, Dios existe, y ninguna burla o teoría científica podrá cambiar eso. Él te ve, Él estará a tu lado, comparte no solo su existencia, sino también su Evangelio, háblales a otros de Cristo, de su sacrificio y de la necesidad que ellos tienen de Él.


sábado, 10 de octubre de 2009

AMOR INALTERABLE

"La gracia sean con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable. Amén" Efesios 6:24

Pablo finaliza esta epístola, y sus últimas palabras ponen el broche de oro a toda ella. Observe bien, lea detenidamente lo que Pablo, inspirado por el Espíritu Santo nos dice: La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable. Amén.” En un mundo, donde todo cambia constantemente, donde todo se corrompe, Pablo dice: “... con amor inalterable. Esto nos debería hacer meditar ¿como es nuestro amor para con nuestro Señor y Salvador?

¿Es acaso un amor cambiante?. El texto dice: “... con amor inalterable” Examinémonos, veamos en nuestro interior, ¿En qué momentos demostramos amor por el Señor? ¿No será en aquellos en los que todo va bien?. Decimos o pensamos: Me va bien en los estudios, me va bien sentimentalmente, tengo un buen trabajo, tengo salud y cuantas cosas mas podríamos citar aquí. Es en esos momentos donde decimos: ¡Gracias Señor, eres muy bueno! ¡Te amo! ¡No hay nadie como tú! Tenemos el deseo de servirle, de cantarle, de testificar de Él donde quiera que vamos; decimos juntamente con Pedro: “Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte” (Lc 22:33).. Pero, (y que lamentable que haya un pero) ¿Qué pasa cuando nos enfermamos? ¿Cuándo nos va mal en los estudios? ¿Cuándo perdemos el trabajo? ¿Cuándo muere un ser querido? Nuestras palabras y acciones de amor, muchas veces se transforman en palabras y acciones de molestia, de reclamo, de disgusto, de amargura. Empezamos a interrogar al Señor: ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué a mí?!, y nuestro amor por Él, da un giro debido a las circunstancias. Que triste ¿no? Pero, también deberíamos preguntarnos:

¿Es un amor sincero? Actualmente, se está predicando en muchas partes del mundo, que Dios desea que todos seamos ricos, que todos tengamos salud, que al cristiano no le puede ir mal y muchas cosas más. Reflexione, ¿Por qué va a la iglesia? ¿Es por Él o por algo? ¿Es por Él o por alguien? A veces hacemos esto o aquello, aparentemente por amor al Señor, pero en realidad, lo hacemos por el interés de conseguir algo. Muchas veces ofrendamos, no por amor a Él y Su obra, sino porque queremos que se nos devuelva más dinero; cantamos, enseñamos, etc., no por amor a Él, sino para ser admirados por los demás. Ojalá nuestro amor por el Señor, no sea de esta manera. Por último, preguntémonos:

¿Es acaso un amor inalterable? Si alguien sabía de pasar por dificultades, era Pablo, sólo basta leer 2 Corintios 11:23-27, y podremos entender que quien decía: “... con amor inalterable”, no era alguien que estuviera en un palacio, con todas las comodidades imaginables; no, no era así, y con todo, Pablo amaba a su Señor con amor inalterable y sincero. Oremos a Dios para que nada ni nadie, pueda hacer cambiar nuestro amor por Él; que en medio de pruebas, podamos seguir amándole como cuando no las hay. Cuando verdaderamente amamos a Jesús, es cuando dedicamos tiempo para conocerle, cuando confiamos en Él, sin importar las circunstancias. El Señor Jesucristo dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. (Jn 14:15, 21)