martes, 3 de noviembre de 2009

LA SUPREMACÍA DE DIOS (1ra. Parte)

Pensabas que de cierto sería yo como tú (Sal. 50:21)

En una de sus cartas a Erasmo, Lutero decía: “Vuestro concepto de Dios es demasiado humano”. El renombrado erudito probablemente se ofendió por tal reproche que procedía del hijo de un minero; sin embargo, lo tenía perfectamente merecido.

Nosotros, también, aunque no tengamos lugar entre los líderes religiosos de esta era degenerada, presentamos la misma denuncia contra la mayoría de los predicadores de nuestros días y contra quienes, en lugar de escudriñar las Escrituras por sí mismos, aceptan perezosamente las enseñanzas de sus denominaciones.

En la actualidad, y casi en todas partes, se sostienen los más deshonrosos y degradantes conceptos acerca de la autoridad y el Reino del Todopoderoso. Para incontables millares, incluso entre los que profesan ser cristianos, el Dios de las Escrituras es completamente desconocido.

En la antigüedad, Dios se quejó a un Israel apóstata: “Pensabas que de cierto sería yo como tú” (Sal. 50:21). Tal ha de ser ahora su acusación contra una cristiandad apóstata. Los hombres imaginan que al Altísimo le mueven, no los principios, sino los sentimientos. Suponen que su Omnipotencia es una invención vacía y que Satanás puede desbaratar Sus designios a su antojo. Creen que si en realidad El se ha forjado un plan o propósito, ha de ser como los suyos, constantemente sujetos a cambios. Declaran abiertamente que sea el que fuere el poder que posee, ha de ser restringido, no sea que invada el territorio del “libre albedrío” del hombre y lo reduzca a una “maquina”.

Rebajan la eficaz expiación, la cual redimió a todos aquellos por los cuales fue hecha, hasta hacer de ella una simple “medicina” que las almas enfermas por el pecado pueden usar si se sienten dispuestas a ello; y desvirtúan la obra invencible del Espíritu Santo, convirtiéndola en una “oferta” del Evangelio que los pecadores pueden aceptar o rechazar a su agrado.

El “dios” del presente siglo veinte no se parece más al Soberano Supremo de la Sagrada Escritura de lo que la confusa y vacilante llama de una vela se parece a la gloria del sol de mediodía. El “dios” del cual suele hablarse desde el púlpito, el que se menciona en gran parte de la literatura religiosa actual, el que se predica en la mayoría de las llamadas conferencias Bíblicas, es una invención de la imaginación humana, una ficción del sentimentalismo sensiblero.

Los idólatras que se encuentran fuera de la cristiandad se hacen “dioses” de madera o de piedra, mientras que los millones de idólatras que se hallan dentro de la cristiandad se elaboran “dioses” producto de sus propias mentes. En realidad, no son otra cosa que ateos, ya que no hay otra alternativa posible sino creer en un Dios absolutamente supremo o no creer en Dios. Un “dios” cuya voluntad puede ser resistida, cuyos designios pueden ser frustrados, y cuyos propósitos pueden ser derrotados, no posee derecho alguno a la deidad, y lejos de ser objeto digno de adoración, merece solamente desprecio.

La distancia infinita que existe entre las más poderosas criaturas y el Creador Todopoderoso es prueba de la supremacía del Dios viviente y verdadero. El es el Alfarero, ellas no son más que barro en sus manos, que pueden ser transformadas en vasos de honra, o desmenuzadas (Sal. 2:9) a su gusto.

Como alguien decía, si todos los ciudadanos del cielo y todos los habitantes de la tierra se unieran en rebelión contra El, no le ocasionarían inquietud alguna, y ello tendría menos efecto sobre su trono eterno e invencible del que tiene sobre la elevada roca de Gibraltar la espuma de las olas del Mediterráneo. Tan pueril e impotente para afectar al Altísimo es la criatura, que la Escritura misma nos dice que cuando los príncipes gentiles se unan con Israel apóstata para desafiar a Jehová y su Cristo, “él que mora en los cielos se reirá” (Sal. 2:4)

Arthur Pink

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